Durante la reciente temporada navideña, caracterizada por un bombardeo constante de publicidad y un ambiente festivo que nos incitaba al consumo, hemos observado cómo las marcas locales continúan ganando terreno al conectarse más profundamente con las personas.
Los consumidores valoraron regalar productos representativos de sus regiones, percibiéndolos como más personales, auténticos y estrechamente ligados a su identidad cultural. Mientras las marcas globales ofrecían productos estandarizados presentes en todo el mundo, las locales aprovecharon su ventaja distintiva, algo que anteriormente no sucedía.
En los últimos años, las grandes marcas han intentado adaptarse para parecer más locales, buscando relacionarse con las particularidades de cada lugar donde operan. Sin embargo, sus estructuras y enfoques globales han demostrado ser un impedimento para lograr una conexión auténtica con los consumidores. Aquí es donde las marcas nacionales y regionales están conquistando terreno, implementando estrategias que resuenan de manera más genuina y cercana. Este cambio de perspectiva les ha permitido posicionarse como una opción más significativa y emocional. Sin embargo, surge la pregunta: ¿hasta cuándo?
¿Hasta cuándo una marca en crecimiento sigue siendo considerada local? Con el éxito abrumador de estas "joyas locales", la disyuntiva de internacionalizarse sin perder su esencia se convierte en una de sus mayores preocupaciones, especialmente después de haberse consolidado en su mercado de origen. Al expandirse a nuevos territorios, ¿podrán mantener su autenticidad?
Cuando las pequeñas marcas cruzan fronteras, deben seguir siendo locales sin perder su ADN, ya que eso es precisamente lo que las diferencia y les otorga valor en el mercado mundial. La internacionalización no debería implicar renunciar a su autenticidad para adaptarse a lo nuevo; más bien, es una oportunidad para compartir esa visión única con otros países de manera real y ampliar su alcance sin perder su esencia. Conservar las raíces equivale a posicionarse como referentes de una propuesta cultural distinta, apreciada en diversos contextos.
En definitiva, las marcas locales están ganando la batalla no solo en términos de ventas, sino también en la forma en que logran conectar con los consumidores. La lección que nos deja esta Navidad es que estas pequeñas, pero gigantes en su estrategia de mercadeo y publicidad, saben leer el mercado local y entender sus valores y tradiciones.
¿Y qué depara el futuro? Es incierto. Lo único claro es que el mundo está cambiando constantemente, y solo aquellas marcas que logren adaptarse a esta transformación sin perder su identidad serán las que marcarán la pauta. Debemos seguir apostando por la naturalidad y un entendimiento profundo del mercado. Esta es la clave para triunfar a largo plazo.
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