viernes, mayo 03, 2024
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Por: Samir Campo, Vicepresidente corporativo Raddar

Progresivamente, y como si tratásemos de levantarnos de un letargo, estamos regresando al proceso de construcción de nuestros nuevos normales. La gente está saliendo a la calle al rebusque, tratando de conseguir el dinero para pagar los servicios públicos, que al parecer por estos días están llegando más caros de lo normal. Es que todo lo que hacemos los colombianos no lo podemos llevar a cabo teniendo como marco las nuevas tecnologías.

La innovación, como parte de la cultura popular o como figura en los medios de comunicación, pareciera la nueva forma de trabajar. Sin embargo, la realidad que vivimos en el mundo y en Colombia devela que al final, no todos tienen como pagar los últimos gadgets tecnológicos; la opción que queda es la calle, el ladrillo o el trabajo manual.

La brecha tecnológica

Los colombianos creemos en la tecnología como un mecanismo capaz de alivianar nuestras cargas. La última ola del Estudio Colombiano de Valores reveló que cuatro de cada diez colombianos consideraron que la ciencia y la tecnología están haciendo nuestras vidas más fáciles. No obstante, la tecnificación perceptual contradice estos datos; la tecnología nos funciona, pero la informalidad y la producción nos agobia.

Entonces el famoso #QuedateEnCasa termina siendo útil solo para un segmento poblacional que al final no es la mayoría; y que desde su posición, en cierto tipo de labores específicas, puede asistir a reuniones haciendo uso de las herramientas virtuales.

Ese árbol de realidades tiene muchas ramas y varios ejemplos dicientes. Somos un país que adquiere en el exterior muchos productos de consumo interno, y esa importación castiga nuestra balanza comercial. Un amigo, con risa y sarcasmo, suele decir que exportamos dos aguacates e importamos dos Iphones; y hasta ahí llegó nuestra balanza de comercio. Conclusión: no hemos logrado generar valor agregado en la producción y dependemos mucho de los servicios que se hacen asequibles en el comercio exterior por la devaluación, entonces, estamos en desventaja.

Otra muestra de ello tiene que ver con la encrucijada que vive la educación por estos días. Sin duda, la supervivencia del modelo de negocio de la educación está en la virtualidad. Sin embargo, en la básica, media y superior, la limitación de muchos hogares en Colombia está en el acceso a la conectividad. A veces no hay computador, tablet o celular; a veces, no hay internet. Incluso, en la mayoría de los casos, ni el docente, ni el educando están preparados para consumir los contenidos por ese medio. En este contexto las universidades se la han jugado como han podido, en muchos casos forzando los modelos, siendo creativos, modificando los mecanismos de evaluación y hasta suministrando los dispositivos. Buscando así, que nadie se quede fuera del aula.

Cuarta revolución industrial: los domicilios

La cuarta revolución industrial pasó de naranja a gris pálido, y para la muestra un botón, la cuarentena nos enseñó que hay un ecosistema de mercado que nos permite acceder a lo que necesitamos haciendo uso del domicilio. Aunque hoy desde nuestro dispositivo móvil podemos, a través de un app, pedir desde un antojo, hasta el mercado entero, el rey de los domicilios sigue siendo el teléfono fijo. 6 de cada 10 domicilios que se piden en cuatro de las principales ciudades de Colombia, se hacen usando esta herramienta.

El Día de la madre, por ejemplo, las apps no suplieron la demanda que generaron los hogares, siendo ese domingo uno de los grandes momentos de crecimiento del ciclo de consumo de los colombianos.

Entonces, no generalicemos. No encasillemos esfuerzos en decir que la virtualidad llegó para todos de la misma manera, que lo digital va a transformarlo todo y a hacerse una conducta de compra y consumo permanente y única; porque este escenario crítico nos muestra que la tecnología como elemento transformador, es sólo una parte del todo y no el todo en sí mismo.

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Camilo Herrera
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