Los inicios de año vienen siempre con predicciones sobre cuáles serán las tendencias de consumo y suele pasar que las compañías se pegan a estas sin detenerse a analizar qué hay detrás de ellas y si realmente aplican o no para el negocio y los propósitos de la marca.
En el acelerado mundo del marketing, conocer y entender las tendencias emergentes es clave para conectar de manera efectiva con los consumidores, por eso hoy quiero que analicemos cómo los comportamientos de compra de los colombianos están siendo influenciados por diversos factores como la digitalización, la experiencia local, la sostenibilidad, y los cambios socioculturales y políticos.
Las tendencias que marcarán este 2025 no solo son una proyección de los avances tecnológicos, sino también una respuesta a las necesidades y valores cambiantes de la sociedad. En ese contexto, es crucial que las marcas se anticipen a estos movimientos para seguir siendo competitivas y relevantes y para ofrecer experiencias personalizadas y de calidad.
El consumidor será más cauto, informado y menos impulsivo al momento de tomar decisiones de compra, esto se debe a que su relación con el dinero está evolucionando: ya no se trata solo de adquirir un producto, sino de hacerlo con sentido, entendiendo lo que hay detrás de este y de la marca que lo vende. En un país donde la política y la economía se entrelazan con el día a día, no es sorpresa que los consumidores estén más atentos que nunca a cómo estos factores afectan su economía. Este año, las marcas deben ir más allá de innovar y ofrecer nuevos productos, tendrán que ofrecer certeza en medio de la incertidumbre.
El ahorro será un protagonista indiscutible, y no porque las personas dejen de consumir, sino porque lo harán con más planificación. Priorizarán la estabilidad financiera sobre los gastos superfluos y, en esa ecuación, las marcas deberán respaldar sus productos con acciones y propósitos que sean una justificación para que los consumidores decidan invertir en ella. En momentos de austeridad, solo aquellas marcas que realmente aporten valor sobrevivirán en el carrito de compras.
A esto que hemos hablado, se suma una tercera tendencia: la resignificación del lujo. Esto lo traduzco en que las personas empezarán a buscar experiencias más cercanas, más auténticas, más locales, experiencias que les permitan crear una mayor conexión con su identidad. Esto abre una gran oportunidad para que marquen la parada las marcas que sepan destacar lo propio, lo artesanal, lo que nos hace únicos como país.
Por otro lado, el consumo se transforma, por ende el cómo manejamos nuestros canales y cómo llegamos a los usuarios debe cambiar. La omnicanalidad brindará a los usuarios una experiencia homogénea, que les dará la oportunidad de navegar en los diferentes canales de la marca sin sentir una desconexión y de explorarla desde diferentes puntos de contacto. Debemos seguir empujando la migración hacia plataformas digitales, no solo con énfasis en vender, sino buscando construir una experiencia que genere conversación y fidelice a través del contenido.
Después de ver todos estos puntos, el reto para las marcas está claro: no es solo subirse a una ola de tendencias, es entender que hay detrás de estas e integrarlas sin perder la esencia, la identidad de la marca. En un entorno tan volátil, donde tenemos a consumidores cada vez más críticos, la relevancia no se medirá por quién da el mensaje más fuerte, o quién está presente en cada punto de contacto, sino por quien logre conectar a través de la autenticidad.
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