No sé bien qué es más responsable de la cultura Woke: el liberalismo o el mercadeo.
El pensamiento Woke (del slang inglés stay woke, estar despierto) –como despertar de las minorías y sus derechos olvidados–, que apareció en 1930 ante los problemas raciales, hoy se generalizó a todas las minorías que consideran que sus derechos les han sido negados y curiosamente, en muchos casos también, a las que creen tener la razón.
¿Por qué digo esto? El hecho de que una persona diga que tiene derecho a definirse como gato es un tema individual, pero hacer que los demás lo acepten como tal es un problema colectivo. El mundo es ambiguo: la Tierra es el planeta azul y el mundo humano es de millones de grises, no blanco y negro.
El liberalismo lucha por la individualidad, con el riesgo de la anarquía. El mercadeo ha buscado la personalización, con retos en los costos: vivir bajo mis reglas y que todos los productos se adapten a mí es un imposible, porque vivimos con más personas y no hay forma de gestionar 8.000 millones de normas de vida al mismo tiempo.
La segmentación, la personalización y la venta consultiva son enormes logros del mercadeo, la publicidad y las ventas, a sabiendas de que llevan de fondo una promesa que no se puede cumplir: como tú eres diferente, estas cosas han sido hechas para ti.
Hacer productos diferentes para cada persona conlleva riesgos en la calidad de producto, aumenta los costos y pone la marca en peligro, porque una cosa es que nuestro producto no le sirve o no le gusta a alguien y otra cosa es que el producto hecho solamente para una persona no le gustó o no le sirvió.
Muchos productos son personalizados, como la ropa a la medida, los huevos al gusto o una pintura para la casa. Pero no por esto se les deben imponer a los demás para que todos tengan que usar mi ropa, comer los huevos a mi gusto o pintar su casa con mi color: mi libertad nunca debe limitar la de los demás.
Por esto, la llamada “cultura woke” se está desvaneciendo, al convertirse en un fundamentalismo infinitamente atomizado de ideas, creencias, comportamientos e imaginarios, que intenta imponer sus ideas atacando agresivamente toda declaración general que vaya en contra de las creencias particulares (seguramente alentado por la capacidad de las redes sociales).
Como sociedades, tenemos mucho por mejorar, como reconocer las diferencias. En el mundo, los órdenes de magnitud son impresionantes; por ejemplo, el 1 % de la población en Colombia son como 500.000 personas. Debemos continuar pasando de la generalización a los mínimos comunes, porque no todos creemos, pensamos y sentimos igual, pero somos parecidos. Partamos de las premisas de que somos diferentes, de que un producto, norma, ley o idea no va a servir para todos y de que podemos hacer cosas para cada segmento.
Así, el mercadeo puede ser el origen y la solución: para fomentar la libertad de consumo, hagamos productos que el consumidor puede personalizar según sus preferencias.
Artículo publicado en la edición #496 de los meses de febrero y marzo de 2025.
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