Creer en los medios. Hace algunos días, en el episodio número 04 del Podcast P&M (disponible en Spotify, Apple Podcast y Spreaker), hablamos con varios invitados sobre cómo el ambiente de polarización que se vive en el país —inicialmente, en la política— termina pesando en otras esferas públicas y privadas; en ese caso, el diseño de la indumentaria deportiva de un equipo nacional de fútbol.
En otros espacios, aunque las familias y los círculos de amigos evitan hablar de política, los temas mundanos también se dividen entre lo negro y lo blanco, lo que se acepta contra aquello que se niega, lo que gusta y lo que disgusta. Los puntos medios están poblados por un escaso número de simpatizantes que tratan de favorecer los consensos.
Pero las masas se dividen entre quienes aclaman el final de Game of Thrones y quienes prefieren olvidarlo. La nueva camiseta de la selección colombiana de fútbol genera rechazo en la mayoría e indiferencia en la minoría, pero nada sabemos de opiniones que traten de mediar las posiciones, de encontrar matices.
Es llamativo que, en la era de la publicidad con propósito, las marcas tengan que verse obligadas a abstenerse de opinar y tomar partido por aquello que no piensa el 100% de la población, por temor a las reacciones polarizadas. De ahí que no sea extraño concluir que el bicentenario de la Independencia de Colombia pasará desapercibido como tema de comunicación para las marcas, según lo dicen los entrevistados para nuestra portada.
En un momento en que las visiones de país ocupan polos opuestos y excluyentes, resulta más conveniente mantenerse al margen de lo patriótico que celebrar lo que para otros países es una marca identitaria que genera sentido de pertenencia y vinculación emocional.
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Lo patriotero, en cambio, tiene más cabida como motivación comunicacional. El patrioterismo alardea de un sentido de pertenencia parcial, superfluo, momentáneo y oportunista. Patriotero es cantar el himno nacional a pulmón abierto en un estadio de fútbol, sin siquiera preguntarse qué significa inmarcesible o cada frase de la letra ni mucho menos imaginar cómo se escribe cada verso (el buen Germín allá / el bien germina ya…); sin preguntarse cómo construir país, reparar el tejido social (como lo llamó uno de nuestros dirigentes hace algunas semanas) o estar dispuesto al consenso. No obstante, como fuerza comunicativa es potente: el fútbol nos nubla, pero nos une; el ciclismo nos enaltece y los antivalores expresados en colombianadas nos identifican.
Tal vez el patrioterismo y la polarización nos hicieron olvidar que la polifonía es necesaria en los medios de comunicación, que de la credibilidad de los medios dependen la ciudadanía del futuro, pero también la credibilidad en los contenidos de las marcas.
Para ninguna comunidad es sano que las redes sociales, los memes y las fake news sean la vía de la información ciudadana. Como colombianos, con el tiempo nos hemos acostumbrado a que el barrido de actualidad sea más consumible a través de los formatos de parodia y a que los espacios informativos cedan más terreno al entretenimiento.
Sin embargo, la reinvención de los medios —tan esperada y tan comentada durante los últimos años— no solo tiene como tarea pendiente una adaptación a la instantaneidad y la digitalización, sino una reinstalación de la credibilidad. Y ni el mercadeo ni la publicidad pueden ser ajenas a ello. Al fin y al cabo, si las audiencias creen en los medios, esa credibilidad también se traslada a las marcas que allí se anuncian.