miércoles, mayo 08, 2024
Carolina Mejía

Creo que pocas empresas e instituciones no sienten que su modelo de trabajo o de negocio está bajo amenaza. Las condiciones sociales, los cambios de expectativas de los clientes, la reducción de los márgenes y la necesidad de tiempos de respuesta más ágiles han puesto a muchas compañías a repensar no solo su oferta de valor, sino toda su forma de abordar la industria de la que hacen parte, incluyendo procesos, tecnologías y hasta la filosofía con la que trabajan.

Siendo testigo de primera mano de esos procesos de transformación, he podido comprobar, una y otra vez, la teoría y metodología de mi amigo y maestro Shlomo Abas. Shlomo es un consultor especializado en los procesos de cambio de las compañías y ha desarrollado la Dinámica del cambio. Este modelo de gestión explica todo el proceso que viven las empresas durante una transformación: empieza con un punto de quiebre que las lleva a buscar soluciones a su situación actual para llegar a un estado mejor, un nuevo estándar.

Uno de los aspectos más importantes de este modelo es la actitud que las personas asumen frente al cambio. Una persona puede facilitar o resistirse al cambio, a partir de su evaluación del impacto o de las consecuencias que este puede tener en su futuro. Si percibe que el resultado final del cambio es una ganancia para sí mismo, tenderá a facilitar el cambio, pero si lo ve como una pérdida, le dará miedo y probablemente se resistirá. En este segundo escenario, Shlomo nos hace la pregunta ¿qué es lo que ese miedo quiere proteger?

Esta es una pregunta incisiva e implica una mirada profunda hacia nosotros mismos para identificar eso que el inminente cambio pone en peligro. Más de una vez he encontrado que esa respuesta es el ego. Buscamos proteger una reputación, una posición en la compañía, la imagen que se ha construido y eso lleva a que no se apoyen las iniciativas de otros, por miedo a no tener el crédito o el protagonismo o, simplemente, porque desde el desconocimiento es más fácil destruir o sabotear que cambiar.

¿Cómo podemos darle la vuelta a ese miedo? Creo que lo primero es aceptar que lo tenemos. Tener humildad para aceptar que se vale no saber, que eso no nos hace menos competentes y que, por el contrario, esa humildad es el primer paso para adentrarnos hacia el verdadero cambio.

Desde la psicología se proponen muchas estrategias para manejar las fobias. Creo que en este caso son pertinentes dos: la resignificación y la exposición prolongada.

La resignificación es darle un nuevo significado a ese miedo, para que, en lugar de paralizarnos, nos lleve a la acción. Las emociones negativas que acompañan ese miedo pueden ser una buena motivación de cambio. La envidia o sentir que otros avanzan más rápidamente o que tienen mejores ideas, pueden ser un motor que nos incomode para que busquemos eso que queremos mejorar de nosotros mismos, o esos conocimientos de los que carecemos y evitar sentirnos irrelevantes en una compañía o lograr que seamos atractivos para el mercado.

Otro caso es el de la exposición prolongada al estímulo. A medida que estamos en contacto con aquello que más tememos, dejamos de temerle. Es decir, si por ejemplo, nos asustan las nuevas metodologías de trabajo, ¿qué tal si empezamos a leer más sobre estas o a hacer un curso online? ¿Y si empezamos a conversar con personas conocedoras en el tema, que puedan explicar de forma más sencilla aquello que nos intimida?

En el mundo se avecinan muchos cambios y no nos podemos dejar paralizar por el miedo a ellos. Al contrario, debemos aprovechar esa incomodidad que nos generan para buscar activamente nuestra mejor versión.

propósito social

Por: Carolina Mejía

Directora de planeación de MullenLowe Group

carolina.mejia@mullenlowessp3.com

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