Lo que están a punto de leer no es más que una anécdota que me ocurrió el 11 de enero. Como la anécdota tiene episodios relacionados con la publicidad colombiana decidí compartirla con este público.
Pedí un Uber X para salir a almorzar, siempre lo pido con el tiempo justo para cepillarme los dientes y dejarle comida a los gatos. Pero esta vez tuve tiempo hasta para jugar con ellos, cosa que nunca hago. Por eso tengo dos gatos, para que se hagan compañía, para que jueguen entre ellos y para que mi novia dejara de decir que los gatos vivirían mejor de a dos. Ahora que son dos, dice que vivirían mejor de a tres.
El Uber no llegaba, miro el mapa de localización y el conductor estaba un poco perdido, así que decido llamarlo para darle las indicaciones correctas.
– Aló – su voz deja claro que el conductor es mujer.
– Hola, acabo de pedir un servicio y la aplicación me muestra que te pasaste.
– Hola Juan, sí, ya estoy dando la vuelta. Disculpa, estaba perdida, pero ya voy llegando.
– Ok gracias.
Tomé mi morral y decido bajar a esperar en la recepción, en la portería de ¨Campoalegre¨, el conjunto donde vivo, y no lo nombro por nombrarlo, lo hago porque aquí comienza esta historia.
Normalmente no miro mucho qué carro asigna Uber, para mi sorpresa llegó un carro de gama alta, grande, sillas en cuero, etc . Me dio alegría que no llegara uno de esos diminutos ¨zapaticos¨ en los que uno quiere demandar a Uber por permitir tal cosa.
Subí y ella me saluda muy decentemente y con muy buena onda. Era una mujer de unos cuarenta y cinco años más o menos, pelo rubio, acuerpada, debería medir un metro con setenta centímetros, era bonita y parecía que fumaba porque el olor del carro así la delataba.
- Hola Juan, ¿cómo estás? Soy Olga Lucía, tu conductora de hoy.
- Hola Olga, mucho gusto.
- ¿Para dónde vamos?
- Para el Wok de la sesenta y nueve, el de Quinta Camacho.
- ¿Y por dónde nos vamos?
- Yo puse el destino, la aplicación te debe decir por dónde es más rápido.
- Sí discúlpame, es que soy nueva en esto y no lo manejo muy bien todavía. Oye, ¿este conjunto se llama Campoalegre? – con una felicidad y curiosidad tremenda.
- Sí, así se llama.
- Ese conjunto me fascina, yo una vez vine con mi marido a buscar apartamento acá pero no había.
- Ah, ok.
Lo que me dijo de aquí en adelante me aseguró que este trayecto no iba a ser un trayecto cualquiera.
- Qué casualidad, ¿sabías que el centro de rehabilitación de drogas y alcohol de la Clínica Montserrat también se llama Campoalegre? – en ese momento se me salió una de esas carcajadas que no avisa.
- No la verdad no tenía ni idea, ¿Debería?
- No en serio, así se llama, mi esposo estuvo varias veces internado ahí.
- ¿En serio? – no entendía la forma en que Olga iniciaba una conversación con un tema tan personal y menos con un desconocido, pero la verdad es que la situación no era incómoda para ella, lo contaba de una manera muy natural, como una cosa mas que había pasado en su vida.
- Sí, le gustaba el alcohol.
Tocamos el tema por así decirlo porque quien no paró de hablar fue ella, me dijo que fueron unos años difíciles, que su marido era inglés, que ella había sido azafata, no me dijo que se habían conocido en un vuelo, pero mi morbo así lo asumió. Me contó que tenían una hija, que su marido recaía constantemente, que se fueron quedando sin plata pagando tratamientos y más. Unas cuadras después ella misma se da cuenta que está profundizando mucho y propone cambiar de tema. Me preguntó que a qué me dedicaba. Al contestarle que era publicista, casi detiene el carro de la emoción, abrió los ojos, me tomó la mano y dijo:
- ¿En serió? Mi marido hace años hizo una campaña muy famosa. Una campaña para Renault Symbol, el carro para familia colombiana. No sé si la recuerdas.
Atando cabos, habiendo escuchado que su marido era inglés y sumado a que para mi, y esto es algo muy personal, la campaña de Renault Symbol,¨ El carro para la familia colombiana¨ ha sido la mejor campaña colombiana que he visto pautada, me volteo y le pregunto:
- ¿No me digas que tu Marido es Bob Harris?
- Sí. Era él. Qué bueno que te acuerdes.
- Claro que sí – ahí le expliqué lo mucho que me gustaba la campaña, de pronto para algunos de los que están leyendo este relato, no sepan de qué estoy hablando. Bob Harris era un gringo que se enamoró de Colombia y de sus mujeres, un día se filmó en el estudio de su casa con una cámara casera y decidió salir en los canales nacionales diciendo: Hola, soy Bob Harris, tengo 39 años, soy americano, solvente, cariñoso y sincero, creo mucho en el amor y en el respeto. Quiero formar una familia con colombiana de similares características entre treinta y treinta y cinco años, bonita, con dos o tres hijos. Si quieres conocerme llámame (aparecía un número telefónico) o visítame en Bob Harris punto com. Al los pocos días, el call center se cayó de tantas llamadas, la página web no hacía si no recibir visitas y formularios de miles de pretendientes desesperadas por conocer a Bob y ser la elegida para salir de la olla. Hay que tener en cuenta y contextualizar que esto fue hace 16 años, cuando no existían los experimentos sociales en publicidad, ni nuevos formatos, ni las categorías que hoy tiene Cannes para este tipo de campañas.
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Siguiendo con la historia, el trancón de la carrera séptima nos dio tiempo para hablar, ella me explicó que después del lanzamiento de la campaña, cuando se develó que era para promocionar un carro, las mujeres abucheaban a su marido en la calle porque se sintieron engañadas, le decían mentiroso, le decían que las ilusionó. Me contó que por tal motivo él prefirió no salir de casa por un tiempo y pasar esa pena.
Ya sabiendo que ¨Bob¨ era el marido de Olga, el que había tenido problemas con el alcohol, le pregunté que cómo seguía, que cómo estaba. A lo que ella me dijo: él ya no está, decidió suicidarse hace 4 meses, su adicción le ganó.
¿Por qué pregunté eso? ¿Por qué no me quedé callado? Pero tampoco era mi culpa, fue culpa de ¨Bob¨, ¿quién iba esperar esa respuesta? Olga vio mi cara y notó la incomodidad, me dijo que estuviera tranquilo, que no pasaba nada, que eso ya fue. Obviamente le pedí disculpas y dije que lamentaba lo sucedido.
Finalmente me dejó en mi destino como si nada hubiera pasado. Me deseó mucha suerte en la publicidad, me aconsejó que debería montar mi negocio o agencia, que era un gusto haberme conocido y que ojalá nos volviéramos a ver. Siendo realistas, el gusto fue mío, fue una de esas personas que en solo unos minutos me aportó más que otras personas que conozco de hace mucho.
Al bajar del carro y al volver a estar solo pensé en lo mucho que me había impactado la noticia, le di vueltas en la cabeza y al reflexionar me pregunté por qué me afectaba tanto si yo no había conocido Andy Sharp, el verdadero esposo de Olga. Lo que trato de decir es que yo conocí fue al personaje que él interpretó, a Bob, el gringo que tenía mucha plata y se quería llevar a una de nuestras mujeres a vivir mejor. El que con sus comerciales sacó sonrisas a vecinos y amigos, el que generó freeprees, pero el que hace honor a la palabra free y no el que se paga, el que vendió miles de unidades e hizo que publicistas y no publicistas hablaran de un mismo tema.
Y fue por eso que me impactó, porque recordé lo que puede llegar a hacer la publicidad, y mas ahora que tiene más medios, más tecnología, más puntos de contacto, tiene IA, tiene data, más oros, platas y bronces, pero a pesar de todo eso, no tiene más ¨Bob´s¨ que recordar.