domingo, noviembre 24, 2024
Liliana Fernández

La diferencia entre el ser humano y otras especies radica principalmente en la capacidad que tenemos de razonar, y aunque es una obviedad, es justamente esa mezcla entre la razón y la emoción la que determina cómo cubrimos nuestras necesidades, muy bien explicado en la pirámide de Maslow. Sin embargo, ¿somos conscientes de nuestro rol frente a los demás y de la importancia de las relaciones como aquel aspecto que nos aporta y construye de manera integral a lo que llamamos vida?

En muchas oportunidades, cuando hablamos de relaciones, la mayoría piensa en su estatus sentimental o en relaciones de pareja, ya sea porque culturalmente se nos ha inculcado un modelo de tener, qué hacer o el lograr un estatus sentimental antes de determinado momento de vida. Si lo vemos en perspectiva, de pareja o no, las relaciones deben tener parámetros para que funcionen.

Por eso, quienes trabajamos construyendo relaciones corporativas, asesorando o trabajando de la mano con clientes y marcas, deberíamos aplicar parámetros innegociables, porque al igual que las relaciones de pareja, si no nos entendemos, conocemos y alienamos desde el principio, puede ser todo un fiasco. Y nada más triste que una ruptura inesperada, sobre todo si es unilateral.

Para mantener el símil, así como en los noviazgos, a diario nos encontramos con todo tipo de clientes.

Los hay fieles: esos que pasan incluso décadas y no te abandonan; fieles al conocimiento profundo de esa historia que se ha construido mutuamente y con poco tiempo o ganas de probar con un desconocido lo que satisfactoriamente logra y mejora año tras año.

Otros son fugaces, llegan con un objetivo o proyecto específico, te sacan de tu zona de confort y en pocos meses logran lo que esperaban. No son precisamente de largo plazo, no generan recordación, historias o relaciones, ante terceros, pero por lo general se convierten en hitos, maravillosos logros que energizaron un equipo y obligan a dar el 200% en el menor tiempo posible.

Pero justo ahí, en el momento de mayor adrenalina, se van, siempre con la promesa de volver; algunos cumplen, otros desaparecen y el próximo hito será con aquella agencia coqueta que está en fila; por supuesto que están en su derecho, se vale probar varias opciones antes de fidelizarse del todo.

Si de lealtad hablamos, esas sí son relaciones que vale la pena cultivar, se trata de ese cliente que se vuelve amigo, ese confidente que se mueve contigo, que quiere conectar más allá de la marca, el proyecto o interés mutuo.

Ese fiel personaje que hace parte de tu plan de trabajo y que con altos, bajos o momentos críticos, siempre estará firme para crear lo que sea contigo; personajes firmes que se vuelven parte de la casa; valen oro y son tus principales aliados y embajadores.

Para reforzar en la bilateralidad de las relaciones, ya sea como consultores, amigos o parejas, debemos tener claridad de que se trata de dar y recibir; enfocarnos en la importancia de integrar y ver con empatía lo mejor de cada cual para lograr lo que como parte de un equipo queremos obtener.

Si bien toda relación debe partir de la confianza mutua, debería ser mandatorio el aplicar algunos parámetros antes de embarcarnos en cualquier tipo de relación, corporativas o de negocios, que, al igual que las personales, nos obligan a conocer y entender a nuestra querida contraparte como aquello que más nos importa en la vida, la relación más fructífera y duradera que posiblemente tendremos en nuestra vida por lo menos en la profesional. Aquí algunos:

  1. Tenga claras las expectativas. Nada más inquietante que no saber lo que la otra parte quiere o necesita, ir en automático esperando señales es crítico y aburrido.
  2. Consideren las experiencias o aprendizajes del pasado. Si ya algo falló antes, ¿qué aprendimos de ello?, ¿cuáles son esos errores que no queremos repetir o cometer?
  3. Lo que no estamos dispuestos a negociar: principios, procesos, acuerdos, tiempos, fechas, indicadores o detalles que las partes consideran sagradas y que definitivamente son innegociables. Estos deben hacer parte de la conversación previa, pues si damos por hecho que la otra parte debería saber algo, es muy posible que empecemos con el pie izquierdo.
  4. Obligaciones bilaterales. No solo se trata de dar o recibir, se trata de informar, retroalimentar y dar parámetros para que las cosas fluyan. No existen los adivinos o las bolitas de cristal para saber qué necesita la otra parte, si no se tienen claras las obligaciones de cada uno para que las cosas fluyan aparecen las banderas rojas.
  5. Lo íntimo, confidencialidad, el manejo adecuado de la información. La capacidad de reservarse uno que otro tema relacionado con una o ambas partes debe estar clara. Conocer los detalles íntimos de una organización o persona, no implica que los debamos socializar con terceros, pero si nos da un nivel de intimidad y entendimiento que puede reforzar la relación y marcar pautas.
  6. Planes futuros. ¿Están alineados con el propósito, capacidades e intereses de la parte complementaria? Si emprendo una relación con un “pez en el agua”, no debería ni pensar en “qué palo quiero que trepe”, ya que estará fuera de sus capacidades y puede frustrar todos los proyectos o planes futuros.
  7. ¿Estamos dispuestos a involucrar a terceros? Siempre habrá un experto, un momento o una necesidad que implique considerar a un tercero haciendo parte de la relación. Es clave saber si se cuenta con los recursos y la disposición para activar o involucrar a otros jugadores en un camino que ya está trazado para dos partes.
  8. Se vale conocerse antes. Si se trata de una prueba, de conocer o aprender de la otra parte, está bien; si, por el contrario, no tenemos la experiencia, pero estamos dispuestos a tratar, se vale. Lo importante es que la otra parte sepa que es un ejercicio exploratorio y que puede resultar o no, hay que estar alineados.
  9. Evaluar. El feedback siempre será un regalo y si de manera constante las partes se retroalimentan de manera constructiva, analizan y ven oportunidades de mejora, estarán haciendo el mejor ejercicio individual y de equipo que permitirá girar en caso de ser necesario para avanzar al ritmo indicado para todos.
  10. Comunicación. Basta con revisar los puntos anteriores para darnos cuenta de que la comunicación es la herramienta clave de cualquier relación y que una conversación clara, presente y consciente con el otro es la mejor hoja de ruta para que las expectativas y los acuerdos se cumplan y la relación funcione.

Sea cual sea el estatus o futuro que tenga una relación, el principal mantra debe ser la unidad. No se trata de ti o de mí, somos nosotros un solo equipo lleno de expectativas y con ganas de lograr objetivos conjuntos. Por ende, la mejor práctica siempre será comprometerse, no para ver quién hace qué y quién carga con la culpa cuando algo no sale bien, se trata de un involucramiento profundo, certero y cómplice en el que juntos estaremos involucrados y a cargo de un todo.

Al final, siempre habrá una parte con todas las ganas y el interés en satisfacer a la otra y, por lo general, somos quienes servimos. Ya lo dice el fragmento religioso:

“Están los que aman y los que se dejan amar”.

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Stefanie Klinge
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